Pensamos demasiado: cuando darle vueltas a las cosas es sufrir
PENSAMOS DEMASIADO: cuando darle vueltas a las cosas es sufrir
La vida es rica en experiencias maravillosas, pero también nos aporta grandes temas sobre los que preocuparnos. Todo ello puede conducir a que, en ocasiones, nos esforcemos demasiado en pensar e intentemos resolver las cosas dándole vueltas a lo que nos pasa por la cabeza. Si ese proceso resulta muy intenso el propio pensamiento puede adueñarse de una persona y hacerla sufrir. Es como empezar a abrocharse mal una camisa: al final todo es un desbarajuste. Parece que el hecho de volver sobre una cuestión una y otra vez puede resultar de ayuda, y es probable que así sea, salvo que esa cadena de pensamientos esté basada en algún tipo de idea o de lógica equivocada. Cuando eso ocurre es fácil quedar atrapado en la telaraña de la mente, a merced del cansancio que eso suele producir, sintiéndose estancado o sin capacidad de acción.
Cuenta una vieja historia que un ciempiés paseando por el bosque se topó con una hormiga. Ésta, sorprendida por la elegancia del insecto al desplazarse, le preguntó cómo lograba caminar de manera tan armoniosa teniendo tantas patas. ¿No tropezaba? ¿No se equivocaba de pie a la hora de emprender la marcha? ¿Nunca se había hecho un lío? El ciempiés, reflexionó un rato y, con la intención de explicarle a la curiosa hormiga cómo hacía para caminar tan bien, intentó hacerlo a la vez que pensaba, con el resultado de que ya pudo volver a caminar nunca más. A menudo las personas, como el ciempiés de esta historia, olvidamos caminar con soltura y permanecemos atascados en el círculo de nuestros pensamientos.
Controlar el mundo con el pensamiento
De todos los autoengaños que el ser humano es capaz de crear, uno de los más dolorosos tal vez sea la fantasía de pretender dominar el mundo con el pensamiento. Es decir, el hecho de creer que pensando algo suficientemente es posible asegurarse el control de cualquier empresa. Y es que, cuando nos olvidamos de vivir la vida por el hecho de pasarla reflexionando sobre ella, nos alojamos en el hotel de las noches amargas de la infelicidad. Curiosamente, cuanto más pensamos para no sufrir, más nos hace padecer nuestro pensamiento; y cuando sentimos ese dolor, más pensamos, lo que nos sume en el desconcierto. Precisamente, ese es el círculo en el que perdemos de vista lo sensorial alejándonos de todo aquello que a través de los sentidos nos conecta con la vida.
Cuando pensar es sufrir
Son muchas las personas que intentan dirimir sus conflictos internos pensando y pensando sin encontrar soluciones. ¿Qué hacen entonces? Pues si no llegan a ningún lugar, se les ocurre que tal vez no han pensado bastante.
Es muy común intentar obtener respuestas lógicas a cuestiones que no lo son tanto, o razonar sobre cuestiones que permanecen en el universo de las emociones y sentimientos sin poder dirimirlas en su totalidad. Un ejemplo sería la mujer que dedica tanto tiempo a detallar los planes que la llevarían a ponerse en forma que no le queda tiempo para poder materializarlos y se siente por ello fracasada. Otra muestra podría ser el hombre que intenta razonar con su esposa para que ella cambie en función de lo que él piensa sin darse cuenta de que lo que hace es aumentar su problema.
Vivir con el supuesto de que solo es factible conseguir las cosas de una manera genera un dolor que podría no tener fin. Recuerda al de aquella mula que, al no poder pasar a través de una pared, se obstinaba en golpearla cada vez más fuerte con su cabeza.
Nuestra red neuronal forma un sistema maravilloso que nos permite investigar el mundo y vivirlo, pero conviene conocer sus limitaciones. Las personas disponemos de esa herramienta precisamente para experimentar la realidad, no tanto para filtrarla a través del pensamiento. Cuando niños, simplemente descubríamos el mundo con la mente curiosa como la de un científico: probábamos las cosas, llevándolas a la boca y jugando placenteramente con las texturas, olores, etc.
Es justamente con el uso de razón cuando empezamos a alejarnos de la experiencia y a reflexionar acerca de ella. ¿Qué significan las cosas? ¿Qué van a pensar de mí? De ese modo el niño o el joven se apartan de vivir la vida para reflexionar y encontrar la manera de acertar y agradar. Cuanto más dura haya sido nuestra vivencia de la infancia, más probable es que nuestra necesidad de reflexionar, de asegurarnos, sea mayor. Tal vez por ello, para no sentir la incertidumbre, el no saber que pasará, evitamos volver a lo sensorial a base de pensar y pensar. Jiddu Krishnamurti decía al respecto: “Cuando la inseguridad en busca de certezas nos domina, el pensamiento se convierte en nuestro peor enemigo”.
Según la tradición expresada en los cuentos maravillosos, se dan tres tipos de funciones del pensamiento que vienen simbolizadas por los personajes arquetípicos del Rey, el Héroe y el Hada. El Rey (o Reina) representa la reflexión, vigila que todo esté en orden en el reino para que las semillas crezcan y den fruto encarnando las fuerzas de la inteligencia, la autoridad y la decisión. El Héroe, dispuesto a todo, representa la conexión emocional con las cosas, sus fuerzas son el coraje y el compromiso. Por fin, el Hada representa la fecundidad infinita aportando el poder maravilloso de conseguir las metas. Tomando esta rica metáfora, parece que cuando pensamos demasiado, nuestra función de Rey está teñida por nuestros apriorismos, nuestras verdades. Nuestro Rey interno, a veces, se pierde el disfrute de reinar dando prioridad a su mente en lugar de sentir y actuar haciendo más presentes los arquetipos del Héroe y el Hada.
¿Pensar o experimentar la vida? Aprende a actuar
Existen muchos ejemplos cotidianos de cómo podemos amargarnos la vida a través de nuestros pensamientos. Una situación muy común puede ser la que nos comentaba una madre en la consulta: cuando discutía con su hijo al pedirle que colaborara en casa, si él no lo hacía ella se imaginaba que de mayor sería probablemente un fracasado, un vago, etc. Todos estos pensamientos la hacían sufrir, y ella se esforzaba en no pensar en esas cosas tan terribles, pero entonces caía en la paradoja que describe el filósofo griego Epicteto: “Pensar en no pensar ya es pensar”.
Las trampas mentales creadas por un exceso de pensamiento que resulta ineficaz son muy habituales, como recuerda el psicólogo Giorgio Nardone, y podrían agruparse en tres categorías:
El control que lleva a perder el control. Sucede cuando se intentan controlar las sensaciones y emociones junto a sus reacciones fisiológicas mediante el pensamiento. Sería el caso de quien se limita a repetir fórmulas como: “No quiero estar ansioso, debo relajarme”.
Pensar en no pensar. Equivaldría a pretender anular pensamientos incómodos o temidos pensando en otra cosa.
Buscar respuestas correctas a preguntas incorrectas. En ocasiones una persona se afana en intentar encontrar respuestas certeras y tranquilizadoras a dilemas que no pueden resolverse pensando. En ese caso, por mucho que se reflexione, se estarán buscando las respuestas en el lugar equivocado, como aquel borracho que perdió las llaves y las buscaba bajo una farola “porque ahí había luz”. ¿Será lo bastante dulce esa fruta que no hemos saboreado? Solo conoceremos su dulzor probándolos.
Si prestamos la suficiente atención nos daremos cuenta de que en estas tres categorías existen un sinfín de experiencias cotidianas donde resulta muy fácil excederse pensando sin solucionar ninguna preocupación. Por supuesto, no hacemos un alegato a favor de no pensar, simplemente prevenimos sobre lo inadecuado de pensar en exceso, en especial cuando la solución no da los resultados apetecidos.
Aprender a combinar pensamiento y acción no garantiza la felicidad pero nos mantiene alejados de la obsesión y suele deparar un aprendizaje interesante. Como afirmaba el monje trapense y escritor Thomas Merton: “No me hice sacerdote para no sufrir, sino para hacerlo más eficazmente”. Es decir, obtener resultados más interesantes a través de la experiencia y el aprendizaje de una vida bien vivida.
Hacer para crecer
“Nunca ararás el campo revolviéndolo con el pensamiento”, dice un proverbio irlandés. No es fácil enfrentar el problema de cavilar y pensar en cosas que nos preocupan centrando la atención sobre todo en los aspectos negativos. Puede parecer ilógico que pensar demasiado nos acarree numerosos peligros. Y no es difícil maquillar la postergación de acciones que pueden mejorar nuestra vida tras una apariencia de perspicacia y capacidad reflexiva.
En la vida es preciso tomar decisiones y llevarlas a cabo y, cuando lo hacemos, nos sentimos liberados. Dejar de rumiar sin fin requiere la capacidad de darse cuenta de cuándo hay que poner fin al pensamiento para pasar a la acción. Buscar ayuda de alguien con capacidad de acción en ese momento puede ser un recurso válido. Comprometerse emocionalmente con lo que queremos hacer y hacerlo es otorgar a nuestro Héroe y nuestra Hada interiores un lugar al lado del Rey. De este modo, cuando una persona está pensando demasiado y sufre lo que podría llamarse “la parálisis del análisis”, le puede convenir establecer un plan de acción y realizar los primeros movimientos que, poco a poco, le ayuden a lograr aquello que busca. Si las ruedas del coche caen en un socavón, una buena táctica puede ser ir suavemente adelante y atrás hasta que el vehículo se impulse lo suficiente para salir del atasco. De modo paralelo, permitirse la posibilidad de que en nuestro plan haya que ir adelante y atrás nos alivia frente a la “obligación” de acertar a la primera.
La vida, decía Osho, no es un problema para resolver sino un misterio para descubrir. Es, pues, momento de romper el yugo de la cavilación y hacer cosas para crecer al tiempo que mejoramos el lugar de nuestra existencia.
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Sabes más de lo que crees que sabes
Las neurociencias han demostrado que el cerebro registra millones de datos a cada momento; como no podemos darnos cuenta de todo, omitimos muchas de estas informaciones que van a parar a nuestro inconsciente. Algunas personas llaman intuición al fruto de esa información oculta en algún lugar de nuestra mente. Encontrar maneras de confiar en nuestra intuición y practicar ejercicios creativos para liberar esa sabiduría son excelentes alternativas para dejar de pensar sin fin. Disciplinas como el yoga, la meditación, la hipnosis ericksoniana o la PNL pueden ser de utilidad, así como la práctica de actividades que estimulen la espontaneidad en la vida cotidiana.
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Pensar menos y vivir más
El pensamiento excesivo y la cavilación son procesos que generan un considerable desgaste mental. Nos referimos concretamente al hecho de pensar hasta sentir una sensación de bloqueo que afecta a la propia estima. Si se detecta eso, puede resultar útil poner en marcha alguna de estas sugerencias:
Practicar una actividad física. Hacer ejercicio en cualquiera de sus formas contribuye a modificar la bioquímica cerebral. Puede mejorar el efecto de ciertos fármacos que se usan para la depresión o incluso sustituirlos en algunos casos.
Consultar a un profesional. Reconocer la debilidad puede ser un signo de verdadera fortaleza y un requisito en la curación. Una persona experta puede ayudar a trazar planes verdaderamente realistas y a avanzar por el camino de la acción.
Dedicar un rato estipulado a pensar. Un buen ejercicio para “dominar” el pensamiento desbocado suele ser establecer un horario fijo para preocuparse y pensar. Proponerse hacer alguna cosa y llevarla a cabo es una manera ideal de utilizar el tiempo restante.
Aceptar que no somos perfectos. La perfección no existe. Hacer algo incluso sabiendo que no nos irá bien del todo puede ser mucho mejor que quedarse en casa pensando.
Dar un tiempo diario a retornar a lo sensorial. Dedicar unos minutos a sentir tu cuerpo, a saborear un plato, escuchar una canción, oler una flor, bailar, pasear y sentir el viento suele dar resultado tras un corto tiempo de práctica.
Descubrir la meditación o el mindfullness. Cuando se practican técnicas meditativas la percepción se hace más viva al tiempo que se aprende a confiar menos en los propios pensamientos.
Confiar más en la intuición. Hay estudios que demuestran que tomamos decisiones correctas en el corto espacio de tiempo 3 segundos, sin embargo fallamos mucho más cuando nos damos un tiempo amplio para razonar. Atrevámonos a descubrirlo.
Libros recomendados:
El túnel. Ernesto Sábato. Ed. Cátedra
Pienso luego sufro. Giorgio Nardone. Ed. Paid
Cuando la depresión se contagia. Michael Yapko. Ed. Urano